miércoles, 12 de diciembre de 2007

Profesores por el Conocimiento: Carta abierta a los profesores de universidad

Dedicado a María D-R.



"La cuestión es: ¿cómo lograr que ese espíritu de empresa penetre en la vida académica? Modificando radicalmente el modelo educativo, el perfil de profesores y alumnos y, en general, la noción misma de universidad. Para ello lo primero es proclamar a los cuatro vientos la supuesta necesidad, en todas las universidades y en todas las titulaciones, de profundas reformas didácticas, dado el carácter obsoleto de cuanto se viene haciendo. El problema entonces reside en cómo conseguir que el profesorado, costosamente formado (en tiempo y en dinero) en sus respectivas especialidades, pase por el aro de una reforma en la que explícitamente se le describe, ya no como un docente, sino como “un acompañante en el proceso de aprendizaje que ayuda al estudiante a alcanzar ciertas competencias”, un “consejero”, un “orientador” (alguna autoridad académica se ha llegado a referir públicamente a los profesores como orientadores psicopedagógicos, sexológicos o ergonómicos)." http://firgoa.usc.es/drupal/node/23560

(Sacado de: http://firgoa.usc.es/drupal/node/23560; véase también: http://firgoa.usc.es/drupal/node/16133 y http://firgoa.usc.es/drupal/node/21989 )

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola!
Soy estudiante, y este tema lo he hablado MILES de veces con mis compañeros. No sé si me equivoco, pero creo que lo que les exigen a los profesores de la uni, debe de ser un montón de títulos, cosa que no es suficiente para enseñar a personas (homo sapiens sapiens).

De un homo sapiens sapiens scholasticus alumnus

olvidatuequipaje dijo...

Gracias por el comentario y por participar.
A mí me parece que no hay que ser ingenuos; los pedagogos no hacen milagros, y de
hecho la LOGSE fue cosa de ellos. Ilustro lo que digo con otro fragmento del texto citado (es la continuación del incluido en el blog):

"La respuesta es tan sencilla como peligrosa. Primero,
se nos inculca la idea de que indiscriminadamente los
profesores venimos haciendo lo que no procede
(transmitir conocimientos). Segundo, se nos invita
primero y se nos exige después que adquiramos una
determinada formación psicopedagógica acorde con
nuestro nuevo perfil. Dicha tarea es encomendada por
los Vicerrectorados de turno sobre todo a los
Institutos de Ciencias de la Educación, los cuales se
afanan por ofertar los más variopintos cursos: “el
entrenamiento para controlar el estrés”, “la
comunicación como acción en la coreografía del aula
universitaria”, “la comprensión de la mirada”. Por
otro lado, “la participación en estas actividades
formativas” figura entre los criterios del “Programa
de Evaluación Institucional” de la ANECA, al tiempo
que las universidades (la Complutense entre ellas),
los introducen en sus respectivos programas de
evaluación de la calidad de la actividad docente del
profesorado. Quizá alguien debería explicar qué tiene
que ver la convergencia entre universidades europeas
con la idea de que un profesor es tanto peor
profesional cuanto menor sea el número de cualesquiera
cursillos psicopedagógicos y didácticos en los que se
haya matriculado. Sin contar con que el profesorado
que pretende “enseñar a enseñar” tendría que ofrecer
una objetivamente reconocida y amplia trayectoria
investigadora en dicho campo."