lunes, 1 de septiembre de 2008

Marginación



En esta sociedad hay que tener más de treinta años y menos de sesenta, ser guapetón, estar casado, tener pasta, medir un metro con ochenta, ser católico y apostólico y romano, de derecha moderada (se permite también de izquierda moderada si el billetero y la cuenta en el banco son de derechas), y, por supuesto, ser muy macho, ir por la vida avasallando con los cojones por delante.



Todos los que no son así (la inmensa mayoría) pecan de algo. Es una vergüenza ser pobre, ser viejo, no ser adulto, ser mujer, ser negro, ser bajito, ser gitano, ser minusválido, ser gordo, ser homosexual, ser ateo, etc. En mayor o menor grado la sociedad margina, desprecia y reprime a la inmensa mayoría de las personas. Es una jugada muy hábil. Mediante la propaganda y el lavado de coco se consigue que todo el mundo desprecie a todo el mundo.



Al blanco bajito le queda el consuelo de despreciar al negro alto. A los hombres, por miserables que sean, les queda el consuelo de despreciar a las mujeres.



Los viejos desprecian a los jóvenes, los jóvenes a los viejos, los heterosexuales a los homosexuales, los de la ciudad a los del campo, etc.



Se trata, en una palabra, de que todos tengamos a alguien a quien despreciar, marginar y humillar, descargando así los desprecios y humillaciones que nosotros mismos recibimos. Así, el heterosexual está convencido de que hay que reprimir al homosexual y mientras, se olvida de su propia miseria en ese terreno.



El que bebe güisqui piensa que hay que meter en la cárcel a los que fuman porros. Eso le tranquiliza y le impide plantearse por qué necesitamos drogas para seguir manteniéndonos en pie.



La señora gorda, amargada, que se pasó el día fregando y se siente machacada por todos, puede descargar su agresividad sobre “los jóvenes que son todos unos guarros, unos vagos y unos delincuentes y las jóvenes que son todas unas putas”. Para que a su vez los jóvenes puedan reírse de su gordura, su fealdad y su histeria.



Esta es una sociedad de locura, donde todos somos en alguna manera leprosos. Donde al personal se le castra, se le margina, se la aplasta, se le impide ser feliz y se le incita para que a su vez no quiera que los demás se sientan felices.



La finalidad está clara: impedir que tomemos conciencia solidaria. Impedir que llegue el día en que todos los marginados nos rebelemos contra todas las marginaciones; contra los poderosos que nos hacen tragar marginación.



Mientras pensemos que nuestro enemigo es el que está a nuestro lado porque su marginación es diferente a la nuestra, no podremos ser solidarios con él ni podremos comprender que es el mismo sistema el que nos margina para dividirnos y machacarnos mejor. Por ejemplo, mientras creamos que los jóvenes están sometidos porque a los mayores les da la gana, como les puede dar por cazar mariposas, no podremos comprender que el sistema actual necesita marginar a los jóvenes porque los jóvenes son peligrosos, no para los mayores sino para esta estructura social de mierda.






(Extracto de "El libro rojo del cole", libro del que se habló la temporada pasada. Si quieres escuchar o descargar ese programa, aquí tienes el enlace:




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un texto muy interesante y totalmente actual a pesar del tiempo transcurrido. He llegado hasta aquí buscando información sobre "El libro rojo del cole" a raíz de un reportaje del Telediario de la 1. No lo conocía. Espero que lo reediten para poder leerlo con detenimiento. Saludos.

Anónimo dijo...

Pero no sólo son los hombres, los blancos, los católicos, los viejos, etc. los que desprecian. También hay quien desprecia al de derechas, al heterosexual, al que no es ateo, al viejo. ¿Quién está libre de pecado? Hay una inclinación a ver lo bueno en uno y lo malo en otros. Esto es lo fácil. La sociedad está podrida por fuera porque los hombres estamos podridos por dentro. Que Dios nos ayude.

Anónimo dijo...

Desde mi humilde punto de vista, me parece curioso que se diga que se margina a los ateos. Cuando creo que muchísimas veces, a lo largo de mi vida, he experimentado lo contrario. Si eres católico practicante, eres un raro. Si crees en la Iglesia, te dicen que te han lavado el cerebro, que el Papa es un imbécil y que todos los católicos somos una panda de hipócritas. Soy heterosexual, y no desprecio a los homosexuales, aunque tampoco haya un día de orgullo heterosexual, en el que me desnude frente a ellos, con un par, y me pasee por el centro de Madrid, para restregar mi orientación sexual al público. Creo que en ese libro criticado por todos, que no está de moda hoy en España, llamado Nuevo Testamento, está la clave de la felicidad: el amor. Cuando digo amor, digo agapé. Amor como dar sin esperar nada a cambio. Si tú te amas a ti mismo, y amas a los que tienes alrededor, eres feliz, y no desprecias. Esa es la clave de la felicidad, hacer todo con amor.