Uno entiende que las empresas busquen su propio beneficio. Uno, incluso, puede entender (aunque por supuesto, no compartir y hasta oponerse a ello) que determinadas empresas no sólo quieran los máximos beneficios, sino que, además, los quieran a toda costa, pasando por encima de consideraciones éticas y morales. Lo que ya molesta es que esas empresas, encima, quieran parecer buena gente. Estas reflexiones me surgen tras la visión de las últimas campañas de publicidad (cursis hasta la náusea) de varias de las compañías energéticas más contaminantes de nuestro país. Que algunas de las empresas que más han colaborado en propiciar la actual crisis medioambiental quieran hacernos ver lo ecológicos y bondadosos que son, raya en la falta de respeto. Contamínennos si es su elección (que ya actuaremos nosotros en consecuencia), pero por favor, no nos insulten ni nos tomen por tontos.
(JUAN MANUEL JIMÉNEZ NÚÑEZ, GRANADA)
(JUAN MANUEL JIMÉNEZ NÚÑEZ, GRANADA)
Le voy a poner un ejemplo de otro misterio insondable y simétrico: ¿por qué necesitamos que nos quiera el jefe? ¿Por qué nos esforzamos tanto para caerle bien? A la mayoría no le basta con que le paguen el sueldo, sino que además necesita el cariño del patrón, que le pase de vez en cuando la mano por la espalda, que se acuerde del nombre de sus hijos o del día de su cumpleaños. No me refiero a ese amor de conveniencia de los trepas, que se hacen los simpáticos para escalar posiciones. Eso es muy comprensible, pero he visto a empleados al borde de las lágrimas sólo porque el jefe, aunque les pague todos los meses, no les quiere de verdad o no lo suficiente. ¿No es absurdo y patético?
Pues yo creo que a esas empresas les sucede lo mismo. No les basta el poder, necesitan que además les queramos. En general, como es sabido, los déspotas se sacrifican por amor, por el bien de su pueblo, y esperan ser correspondidos, por supuesto. No les basta con que obedezcamos, necesitan nuestro amor sincero, porque el poder absoluto es el que doblega la voluntad, sin necesidad de la fuerza. Lea la magnífica novela The Collector (El coleccionista), de John Fowles: un tipo secuestra a una chica, pero lo que de verdad pretende es que, al conocerle de cerca, ella se enamore de él (por su propia voluntad).
Esa coquetería empresarial sólo es comparable a aquel legendario cliente que siempre decidía enamorar a una de las chicas del burdel. Cuando había casas de trato, me contaba un escritor de cierta edad, a ese cliente se le solía expulsar a patadas “por incongruente, antieconómico, plasta y sobón”. A ver si aprendemos nosotros también a no necesitar el amor del jefe y a no dejarnos seducir por las empresas. Ya nos damos por follados, de acuerdo: pero que sea sin amor, por favor.
http://blogs.publico.es/rafaelreig/246/pero-sin-amor/
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